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XAVIER EN PERSONA
por Carmen Castro de Zubiri, Agosto, 1985
En ocasión del Homenaje a Xavier Zubiri, Buenos Aires, 1985
publicado en Hombre y Realidad, Homenaje a Xavier Zubiri, 1898-1983, compilado por María Lucrecia Rovaletti, Ed. Universitaria de Buenos Aires, Buenos Aires, 1985, pp. 5-7
A Xavier le habría conmovido este acto. Cuando él deseaba mostrar su más profundo agradecimiento decía "Gracias" no más. Se excusaba por servirse de una palabra escueta, alegando su condición de vasco. Pero el tono y el gesto, y su expresión personal daban fe de su auténtico sentir.
Por mi parte reitero de nuevo mi agradecimiento, y mi adhesión a este homenaje que a decir verdad él, por su parte, lo considerarla absolutamente inmerecido. No así yo.
Es que Xavier era el hombre más humilde que yo nunca vi. Era también el hombre de más humana sonrisa imaginable. Precioso sonreír el suyo cuando se abría a personas gratas, cuando solicitaba la realización de esos imposibles para Xavier tan urgentes como el aire que respiraba. Naturalmente, las más de las veces se trataba de libros que debían llegar Dios sabe desde dónde . . . Y es lo bueno que casi siempre se hallaba la vía para que llegasen en el momento preciso. ¡Angeles debió de haber portadores de libros para Xavier!
Insisto en la humildad de Xavier. Estaba tan seguro de no ser tonto como de no ser genio. Nadie se atrevió nunca a llamárselo cara a cara; se veía muy bien que le hubiera escalofriado constatar que se le tuviera por genial filósofo. Tanto es así, que ante la posible aparición del vocablo se le ensombrecía la frente. Su frente expresiva, llena de verdad y de luz.
Xavier se tenía por inútil para cualquier cosa que no fuera alumbrar ideas. Y como sólo disponía de ideas, ideas entregaba a la filosofía.. . y a las personas.
Eran sus ideas como luminarias que alumbraban prodigiosamente oscuros problemas. Para Xavier, ver claro un existente problema era primordial arranque para todo hacer humano, ya fuera hacer creador, o sencillamente cotidiano hacer que el vivir exige. Son muchas las personas que a él acudieron, y gracias a él vieron claramente las oscuridades de sus problemas, y el punto justo desde donde podía arrancar su debida solución.
En cuanto a sus problemas filosóficos-metafísicos-, él los llamaba "nudos". Nudos que le tenían atormentado mientras no se le deshacían-él no decía que los deshacía él, sino que por sí mismos se le deshacían-. Ya he dicho que su humildad era total.
Y llegada a este punto, déjenme que diga cómo a lo largo de los siglos pocas son en efecto las personas que han visto con luz tan diáfana los problemas que ofrece el pensar metafísico en todos sus aspectos. Mucho pensar de Xavier ha sido válido para la metafísica y la filosofía, y para muchas otras ciencias.
Si Xavier pudiera oírme poner en público -por mi parte- su pensar creador a la altura que yo considero que tiene . . . me habría preguntado a solas, una vez más, con su expresión de hombre verdadero, ojos puros de brillo inteligente, mirada de adolescente que vislumbra su propia persona aún por descubrir . . ., me habría preguntado si es que me parecía verdad que estaba "bien" lo que él acababa de decir, o de dictarme, o de pensar. Y habría insistido con su mejor sonrisa matizada de incredulidad y de gusto a un mismo tiempo, si yo estaba segura de lo que tan emocionada le decía. Increíble en verdad que a una persona ignara en filosofía, teología, y en todos los grandes saberes, le consultase Xavier humildemente acerca de la calidad de su extraordinario hacer creador. Claro es que soy del todo fiel a su creación mental, pero me llega más de pálpito que por vía de saber. Y gozo ha sido para mí asistir a ella, aun a sabiendas muy sabidas, porque ya él me lo dijo de entrada, que mi mente no es filosófica. Y acertaba, claro está. Confieso que siempre me siento ante la obra de Xavier como deben sentirse los turistas sensibles, y poco versados en arte, cuando contemplan los frescos miguelangelescos de la Sixtina. Y siempre he tenido y tengo a Xavíer, además de amor y amistad, admiración, respeto y agradecimiento. Siempre fui consciente de con quién vivía en convivencia plena y feliz.
Admiración le tuve siempre a Xavier no sólo porque era sorprendente la realización de su pensar creador, sino por lo que humanamente supuso para él, en su vivir personal, esta creación: un vivir increíblemente duro.
Exigente fue consigo mismo en todos los órdenes desde el material al menos tangible. Xavier ha tirado de sí mismo como un titán. Ha renunciado siempre en su vida a cuanto pudiera apartarle siquiera un breve tiempo de su quehacer intelectual. Y no se piense que su retraimiento del vivir público, por así decirlo, su concentración en sí mismo, se debía a que fuese un viejo ogro encerrado en la madriguera de sí mismo. No lo era. Ante todo, porque no fue viejo ni el día de su muerte; ni fue jamás ogro sino persona en extremo sociable. Era Xavier la simpatía en persona, el amigo fiel, entregado a la amistad, el que no podía vivir sin amigos, y en esto era absolutamente aristotélico. También para Xavier la amistad "es lo más necesario de la vida". (Aríst. Etica, 1155 a. 4)
Mucho sufría Xavier cuando la elaboración de su pensamiento exigía la renuncia a la presencia de amigos queridísimos y gratos, la renuncia a mil cosas atractivas para él, pero que hubieran ocupado en su vivir un tiempo sin duda irrecuperable. No ignoraba, no se engañaba acerca del tempo -del ritmo- exigidos inexorablemente por su trabajo creador nada fácil sino extenuante, y para él absolutamente irrenunciable. Su ritmo de trabajo lo mantuvo hasta llegado el tiempo peor de nuestra vida. Digo que Xavier no se permitía pausas en el trabajo, sino cuando el propio trabajo las exigía, cuando era ya excesivo el esfuerzo realizado.
Y la razón de este modo suyo de trabajar es que Xavier -él mismo lo decía siempre- no era filósofo, ni profesor de filosofía, sino profeso en filosofía. Y su entrega al hacer creador-filosófico, como la entrega del religioso a Dios, desde su orden, desde su "religión" como decía santa Teresa, la buena amiga de Xavier, pasaba por delante de todo lo grato; pero nunca pasó por delante de lo humanamente necesario: acudir a un amigo, o a una criatura cualquiera en situación apremiante, dura, grave.
Sobrio en su vivir material. Poco necesitaba Xavier, pero mucho, muchísimo agradecía y le alegraba lo no imprescindible de la vida, lo que su vida le regalaba, según él, a veces. . . nuevos amigos, cosas muchas para él gratísimas. ¡Qué gozo le producía que se le remediase una incomodidad! iQué gozo todos esos añadidos que hacen confortable el vivir; y menos invivible el sufrir! Y qué serenidad y buena cara puso siempre en las duras situaciones de triste memoria en que la vida le puso, nos puso. Ninguna dejó en él amargor: gran lección de hombría de bien daba en toda hora.
La calidad moral de Xavier era realmente sorprendente.
Nunca se apartó de la verdad. Fue fiel a ella; "La verdad os hará libres", dice el Evangelio. Y fue Xavier el hombre más libre por lo menos en la Europa de su tiempo. Cuando yo a veces así se lo decía, maravillada ante la presencia de un hombre en verdad libre, . . . "pero a costa de qué", era su frase entonces. Y nos reíamos. Era tan tremendo el coste pagado por esa verdad que ofrece Cristo, como el hecho prodigioso de haber podido sobrevivir a tantas malandanzas. (Está probado: el hambre desaparece dejando de comer una vez de cada dos.) Dejando a un lado las graves situaciones superadas -superiores al hambre-, la verdad es que la más frecuente de nuestras pequeñas calamidades fue el tener que renunciar a un determinado libro, tan necesario para el trabajo como inasequible a la sazón para nosotros.. . Y es que Xavier y los libros son un capitulo serio de su larga vida. Xavier y sus maletas de libros. Xavier y el suelo poblado de libros. Xavier y los libros apilados en torres vacilantes. ("No pasa nada, no se cae tampoco la torre de Pisa".) Y todos esos libros reunidos por necesidad, a veces, de una sola de sus lineas: esa que lleva la verdad. Urgencias de creador, inexcusables para la creación de una filosofía tan precisa, clara y bien montada como una constelación estelar en la noche. Como una auténtica gran sinfonía, decía un gran amigo, amador de la música.
Temo con estas pocas notas -y porque no soy bastante escritora no haber realizado mi propósito: quería sugerir en cierto modo cómo era Xavier en persona, lo cual es algo que no queda consignado en su obra, naturalmente. Pero el lector de sus libros, si ha calado en su creación, sí alcanza a saber que su autor era persona dotada de enorme personalidad, con un lenguaje y un estilo propios, claros, expresivos, adecuados a la originalidad de este pensamiento. Xavier tenía con una excepcional inteligencia sentiente, por naturaleza creadora, y asombrosamente cultivada, un vivir fiel a Dios en todo instante de su vida. Parece increíble, pero es cierto: se inició nuestro vivir en común sobre el texto de su ensayo "En torno al problema de Dios". Y fue mi soledad tras la preparación por él de El hombre y Dios.